domingo, 1 de febrero de 2009

EL DESVÁN por Txiria

(Dedicado a Mi preciosidad)
Son las seis y media de la tarde. Hace media hora que, arrodillada a Mis pies, esa mujer sumisa que me honro en poseer me ha suplicado fervorosamente que la permita continuar nuestra relación en el desván; he accedido y me ha solicitado que la dé un poco de tiempo para prepararlo.
He accedido y llevo todo este tiempo pensando en las connotaciones inherentes al vocablo desván. Esta palabra evoca en Mi el lugar donde se guardan los objetos de temporada sacándolos en el momento preciso para su uso; así mismo, siempre ha poseído, la presencia de un lugar de gran intensidad dramática al hallarse justamente debajo de las vigas del tejado. Además, y por último, siempre me causa la sensación de encontrarme por encima de la posible zafiedad de la vida cotidiana. En resumen es un sitio que en ningún caso Me deja indiferente.
Aunque hace como diez minutos que no oigo ningún ruido, decido esperar otros diez antes de subir con el fin de recrearme en la sorpresa que, en su entrega, seguro habrá preparado para Mi. No por no sabida e inesperada será menos agradable pues ella me conoce y valora bien y sé que, una vez más, logrará complacer Mis sentidos y los suyos.
Subo por la inestable escalera de mano y alcanzo el desván. Lo primero que llama Mi atención es la figura de mujer que, arrodillada y con la cabeza gacha, espera Mi ascensión. Esta figura no efectúa un solo movimiento mientras de un vistazo rápido me apercibo de todo lo que corresponde a la decoración que ha colocado. Así, descubro las alfombras, que imitando pieles, cubren los suelos; la hamaca colocada a modo de reclinium patricio; las bebidas refrescadas en la hieleras; y las velas que, titilantes, iluminan la escena en la penumbra.
Decido empezar adornando el trasero y la espalda de Mi niña lo que hago sembrándolos de flores de cera. Su carne trémula se inquieta al recibir el adorno pero lo resiste sin rechistar. Luego la levanto del suelo tomándola de las manos y beso su rostro; ella corresponde a Mi caricia besándome tanto el dorso como la palma de las manos en actitud de entrega y servidumbre.
La solicito una bebida mientras me tumbo en el reclinium, la trae fresca así como un trapo húmedo. Arrodillada a Mi vera, limpia la cara de su Amo del sudor así como me da a beber en cortos tragos una cerveza bien fría. Mientras lo hace acaricio su cabeza y, al acabar, ella corresponde acariciando todo Mi cuerpo con su boca y, al besarlo, produce una sensación de placer y dominio difícilmente descriptible.
La indico que deseo que se coloque sus muñequeras y tobilleras. Lo hace y la mando traer cadena y unos mosquetones. La cadena se divide en dos trozos uno de medio metro y el otro de dos metros. Utilizo el primero para unir entre sí sus tobillos mediante la utilización de dos mosquetones y, a continuación, uno directamente las muñecas entre sí médiate otros dos. Utilizo un mosquetón más situándolo en el centro de la cadena que une sus pies y aferro en este punto la cadena larga con lo que queda unida a Mi por sus pies.
Me levanto y la hago girar observando sus movimientos y su cuerpo desnudo. Me dirijo a una viga que se separa del techo unos 10 cm y paso por ella la cadena larga tras lo cual la sujeto a sus brazos utilizando los mosquetones de sus muñequeras.
Así presentada queda colgando de la viga apoyando la punta de sus pies, sus deditos doblados, en el suelo. A continuación, empuño el látigo trenzado regalo de Mi sumisa y tres series de latigazos se abaten sobre sus nalgas, dos sobre sus muslos y una última sobre su espalda. Son los dientes apretados y las manos aferradas a la cadena las que no permiten que salga de ella un solo sonido, un gemido de dolor o una queja.
Sin embargo, cuando el látigo descansa paralelo a Mi pierna, ella queda solamente sujeta de la cadena con sus piernas dobladas y vencidas. Es solo por el efecto de esos eslabones tensos por los que no se desliza y cae al suelo. Y esto es así a pesar de que la única marca de lo que ha sucedido es una rojez extrema en sus nalgas, muslos y espalda.
Con sumo cuidado acudo presto y desato la cadena de la viga con una mano, mientras que, con la otra, sujeto su cintura. Intento llevarla hasta la hamaca pero ella se resiste y se niega, tumbándose en la alfombra lateral mientras me suplica que Yo ocupe el reclinium. Me siento obligado a no desechar tanta entrega, tanto servicio y me siento mientras la acaricio con suavidad.
Se recupera rápido y se levanta del suelo; sin una indicación recupera el trapo y lo humedece nuevamente, utilizándolo para limpiar el sudor que recorre la cara y los brazos de su Amo. Luego rellena el vaso de cerveza helada y me la da a beber, sirviéndome con adoración y recogimiento tanto en los gestos como en la mirada.
Es en este momento en el que percibo las campanas de la iglesia cercana dando las diez de la noche, por lo que, sin palabras, dirijo a Mi sumisa y a Mi mismo a las habitaciones de abajo con el fin de cenar y continuar la velada de una forma más habitual. Al bajar me despido mentalmente del lugar pero prometiéndome mentalmente que regresaremos lo más pronto posible a esta habitación.

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