lunes, 2 de febrero de 2009

Tánger por Azrael Arcángel

Cuelgo aquí la traducción de “Tangiers”, un pequeño relato erótico que escribí en inglés hace tiempo para mi amiga Catherine como ejercicio de estilo para una novela de piratas modernos del Estrecho que lleva años rondándome la cabeza y que seguramente nunca escribiré. Si alguien siente curiosidad, el original está colgado en la página de Relatos de mi blog, http://tacrelatos.blogspot.com/2009/02/tangiers.html

Querida Cat,

Me refería a tí, que estás empapada en un humeante baño turco mientras dos esbeltas chicas marroquís desnudas te dan de comer dulces de miel, almendras molidas y hachís y vino de Málaga helado hasta que empiezas a perder el control de tus sentidos y sientes cómo te separan las piernas y comienzan a afeitarte el monte de Venus. La navaja está fría contra tu piel ardiente, y sus dedos separan los labios de tu sexo, y se ríen mientras te hacen tumbarte sobre el vientre, y parece que vas a romper las baldosas calientes con tus pezones endurecidos cuando te separan las nalgas para alcanzar el apretado agujero y la navaja se desliza sobre tu piel que está tan suave como la de un bebé.

Entonces empiezan a frotar aceite perfumado sobre tu piel, alcanzando con sus dedos el interior de ambos agujeros, haciéndote temblar según llegan más y más profundo, y de repente te das cuenta de que hay alguien más ahí y levantas el trasero al tiempo que eres penetrada desde detrás y dos manos masculinas recogen tus pechos y tu sexo gotea con aceite y tus propios jugos que ahora son tan dulces como el vino de Málaga y sientes cómo mi polla crece en tu interior hasta que te llena por completo, y arqueas la espalda como una gata y yo empujo más y más dentro y explotas mientras me corro dentro de ti.

Te inclinas hacia delante, y descansas la frente sobre las baldosas mientras me deslizo fuera de ti, y gotas nacaradas bajan por el suave interior de tu muslo, y te quedas quieta un momento, respirando, sabiendo que aún hay más por llegar.

Entonces te das la vuelta, cabalgando mi cuerpo, y comienzas a acariciar mi polla, resbaladiza de semen y jugos a tu espalda, haciéndola subir y bajar por el surco entre tus nalgas hasta que se pone dura otra vez y en cuclillas sobre ella pones su cabeza hinchada contra tu entrada más estrecha y desciendes muy despacio, aceptándola, primero la cabeza y luego el resto hasta que te quema en tu interior y mis pelotas parecen tuyas entre tus piernas mientras te acaricias, separándote los labios con los dedos, ungiéndote el monte de Venus con tus fluidos. Una de las chicas se arrodilla delante de ti y empieza a lamer tu sexo, abierto como una flor, y mientras te inclinas hacia atrás ves que tiene un consolador de marfil, largo y grueso, ligeramente curvo, tallado para parecer real, con venas hinchadas y pelotas apretadas, y en el preciso segundo en que estás pensando que tiene que estar demasiado frío para tu horno ella te lo mete hasta dentro de un empujón, y está caliente y enorme, y estira tu interior hasta que la delgada pared que separa ambas vergas parece desaparecer, y la chica comienza a meterlo y sacarlo y tú balanceas las caderas con un movimiento circular, queriéndolo todo, lo que sea.

Y mientras cierras los ojos recuerdas ésa mañana en la playa, el chico que vendía naranjas que te tocó el trasero y luego echó a correr, con un relámpago de dientes blancos, dejando caer dos naranjas que parecían pechos púberes en la arena, y de pronto está ahí contigo, y es su polla la que está dentro de ti, y sus manos acunan tus tetas mientras las mías te abren el coño para que penetre más profundo y estás atrapada en una pinza de pechos y brazos duros y sientes un estallido en tu coño cuando el consolador dispara un chorro de leche caliente dentro de él, y siento cómo la leche fluye como lava sobre mis pelotas y ya no puedo resistir más y disparo mi propia carga, aullando de placer, y tú te empiezas a correr como si nunca se fuera a acabar.

Hay una frontera en la mente, algo así como la barrera del sonido, y cuando alcanzas a cruzarla te encuentras en un reino donde ya no importa quién o qué eres, y lo único que permanece es el batir de tambor de tus sentidos

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