jueves, 5 de febrero de 2009

UNCERTAIN por Moravecman

¿Es posible desear la muerte de una persona sin odiarla?

Es algo confuso. En cierta manera, creo que es algo que nos puede suceder y que me lleva a pensar en si la realidad de la vida es aquello a lo que te acostumbras, y ves como algo rutinario.
Quizás, lo que me sucedió a mí aquel día no debiera suceder nunca en un ambiente cuerdo y controlado.

¿Cuánto tiempo tarda en morir una persona?

Si té fijas en las malas películas de acción, un hombre puede resistir casi prácticamente muchas adversidades hasta fallecer.
Los directores de estas películas nos intentan vender que un tipo, puede ser arrojado por una ventana de un quinto piso, arrollado por un camión o machacado a golpes por una pandilla de punkies sin sufrir daño alguno.
Bueno, algo de daño si, pero nada comparable a lo que los personajes, digamos, innecesarios reciben y la facilidad con que salen de escena, eliminados de las maneras más ridículas que mente humana haya inventado jamas.
Cuando a ti te sucede un hecho en tu vida que te obliga a tomar una decisión de carácter bastante grave, descubres que toda aquella filmografía barata no te vale de un pimiento a la hora de la verdad.
Descubres hasta que punto la sangre mancha, y los gritos, gritos ahogados, pero gritos, al fin del cabo, llegan a afectarte.
Matar no es nada fácil.
No.


¿Cómo ocultar el hecho ante todos los demás?

He intentado seguir la patente de corso que utilizan todos los asesinos, novatos o profesionales.
He fingido que mi vida continuaba de manera normal. Me he levantado y he ido a trabajar a la misma hora, con la misma cara y he hecho todo cuanto hacia antes de mi crimen.
Pero creo que algo ha fallado.
He notado que de alguna manera mi historia no tenia ese punto de veracidad que hace que todo encaje como una pieza final de un puzzle.
Quizás ha sido la mirada de mi portero, o la de Antonio, no lo sé.
Mi portero, es un hombre de pocas palabras, justo de luces, pero trabajador y metódico como el que más.
Creo que mi historia no le ha colado porque de alguna manera conoce mi rutina de vida quizás mejor que yo mismo.
Conoce a mis amigos, a mis ocasionales amantes, y creo que sospecha que llevo una agitada vida sexual.
Además, recuerdo que aquella noche, me cruce con el cuándo volvía del supermercado de la esquina.
¿Vio las bolsas cargadas con ambientadores, lejía y desinfectante?
Yo diría que sí.
Quizás, me oyó trabajar toda la noche en la limpieza de la casa. Y de alguna manera que todavía no he averiguado, quizás él olió mi casa antes de que yo llegara.
El crimen huele.
Lo hace de una manera espantosa.

¿Y Antonio?
Supongo que creo que Antonio es quizás la persona que más fácilmente pueda detectar mi culpabilidad.
A fin de cuentas, he matado a su mujer.
Carolina y yo llevábamos 1 año y cinco meses liados.
Y no estoy muy seguro de que el no estuviese enterado.
Cuando nos acostábamos juntos, Caro(Yo siempre utilizaba el diminutivo), era una hembra liberada, soez, que disfrutaba plenamente su sexualidad.
Era muy dominante.
Le gustaba experimentar. Decía, que su marido, era un hombre aburrido y chabacano, tacaño en los gestos, y huraño en las expresiones.
Caro afirmaba que nunca se separaría de Antonio, que él la comprendía y alentaba.
Nunca me aclaro aquello. Pero supuse, que Antonio era impotente, y que permitía aquello por darle cierto placer a su esposa, algo vedado para él.
En todo caso, Antonio nunca me demostró con hechos o palabras que estuviese enterado de que me follaba a su esposa.
Pero en los diez días siguientes al asesinato, Antonio se mostró desconfiado, enfadado y esta mañana atemorizado.
Su esposa no regresó a casa esa noche.
Y si es verdad lo que creo, él sabe que la iba a pasar conmigo.
¿Se imagina lo que ocurrió?
¿Lo sabe?


¿Por que la mate?

Quizás imagine quien llegue a leer esto que fue un crimen pasional. Que después de tanto tiempo, yo me enamorase de Carolina y intentase forzar a esta a que abandonara a su marido.
Pero la verdad es bien diferente.
El rol sexual que encarnaba Caro para mí, era singular, atrayente, oscuro.
Ella era mi Ama, mi dueña, mi espejo donde mirarme, donde sacar a flote mis miserias.
Antes he dicho que me follaba a su esposa. Creo mas justo decir que era ella quien me ordenaba, quien castigaba mis fallos, quien proporcionaba a mi alma el justo reparo.
Y yo no era el único.
Caro, tenia a su disposición, aquí en Madrid, a otros dos esclavos.
Tanto ellos como yo, éramos hombres jóvenes, fuertes, sin vicios o, mejor dicho, con un solo vicio.
Me imagino ahora su dolor, siento en mis carnes la terrible angustia que deben estar pasando sin sus dosis de placer.
Y les envidio.
Porque su espera esta vacía del dolor que produce saber que nunca, nunca, encontraran a alguien como ella.
La mate porque me había traspasado.
Sí.
En el argot de esta extrema practica sexual, y para aquellos que no conozcan o sean legos, ser traspasado supone una humillante experiencia.
Ella, mi dueña, dueña de mi cuerpo, de mi mente, de todo lo que me hacia ser, había vendido su propiedad con toda facilidad.
Así que no, no fue de ninguna manera un crimen pasional.
Fue un acto de rabia asesina.
¿Pueden separarse ambos conceptos?
Yo creo que sí.

¿Cómo lo hice?

A lo largo de nuestra relación, Caro compro varios objetos que utilizábamos en nuestras practicas sexuales.
Todos ellos ocupaban una habitación independiente de mi casa. Esta, siempre se mantenía cerrada, con un candado, para que nadie supiese que contenía.
Aquella noche, Caro se presento ligeramente contrariada. Yo había esperado pacientemente durante un buen rato, ya que ella llegaba siempre cuando quería, pero me anunciaba con un día de adelanto su presencia.
Así que yo, enfundado en unos calzones negros muy apretados, que marcaban mis genitales; las anillas de quita y pon, que colgaban de mis pezones, y la mascara que cubría mi cara, componían mi vestimenta única para la sesión que semanalmente ella se proporcionaba.
Entro por la puerta hecha una verdadera furia. Tras arrearme dos bofetones que magullaron mis labios(ella llevaba siempre dos gruesos anillos con un diamante tallado en pico) se dirigió al cuarto de baño, hablando para si misma.
Yo, mientras enjuagaba la sangre que salía de mi boca, recogí su abrigo y lo colgué diligentemente en un perchero que tenia a la entrada.
A ella le gustaba pegarme.
Pero, aquella noche venia... furiosa.
Saque una botella de Ballantine y la prepare un combinado, con las justas proporciones.
Sabia, que si no estaba de su agrado, me fustigaría fuertemente, y eso me producía un dolor mas interno que el puramente físico.
Ella no perdonaba los errores. Lo quería todo tal como lo exigía. Perfecto.
Salió del baño. Llevaba puesto una minifalda de cuero negro y un body trasparente que apenas tapaba su abundante seno.
Se dirigió a la habitación que utilizábamos y saco una llave de su bolso. Yo no tenia copia alguna de esa llave y me estaba prohibido acceder a ella sin su permiso.
Entre detrás de ella, con la cabeza sumisa, sin levantarla y con las manos cruzadas delante de mí.
Ella no me hizo el menor caso.
Tras cinco largos minutos, en los que la oí suspirar y hablar para ella misma, me levanto la barbilla con una mano y me indico, verbalmente, que me sentase en el suelo.
Yo lo hice, extrañado.
Ahí fue cuando me empece a dar cuenta de que la sesión seria diferente aquel día.
Había un diván en el fondo de la habitación. Lo compre de ocasión en una subasta y lo utilizaba Caro para descansar entre las sesiones, o para que la follara encima de el.
Me miro, y me lo soltó de un tirón.
Yo la escuchaba, atónito, sin darme cuenta casi de la realidad de sus palabras.
Creo que fue la mascara la que no permitió que se delataran mis facciones, pues la rabia, y el dolor, mezclados con un terror profundo se plasmaron en ellas.
Pensé en arrojarme a sus pies, pensé en levantarme y golpearla, pensé tantas cosas, mientras ella me contaba lo buen amo que iba a ser un tal Adolfo que cuando quise reaccionar la tenia delante de mi, y su patada me llego a la cara sin previo aviso.
Rodé por el suelo, y de fondo, tras el entumecimiento que sentí en mi cara, oí sus palabras, acusándome de ingrato, por no darle las debidas gracias, ya que me había buscado un buen amo.
Me pateo las costillas una, varias veces y después volvió a sentarse al diván.
Gatee penosamente, intentando levantarme, dolorido pues, el castigo, estaba siendo desproporcionado.
Ella pegaba. Pero aquello era demasiado.
Cuando levante la mirada, vi que en sus ojos brillaban las lagrimas. Pero también vi que la expresión de su cara desmentía cualquier interés en mi persona que las hubiera hecho brotar.
Lloraba, porque estaba colérica.
Y en aquel momento, me di cuenta, como si hubiese leído su pensamiento, que no me vendía por cansancio, o por hastió, sino que lo hacia por obligación.
Y su llanto me lo confirmo.
Yo sabia que ella jugaba, que lo hacia en grandes cantidades, que lo hacia porque podía permitírselo.
Y en aquella partida, yo fui una de tantas fichas.
Cuando se dio cuenta que la miraba, se limpio las lagrimas con rudeza, y me anuncio que como despedida, deseaba dejarme bien marcado para mi nuevo amo.
Levántate, me dijo, y cogiéndome del forro de la mascara, a la altura de mi oreja izquierda me llevo hacia un potro de tortura de esos que tienen una abertura para la cabeza y otra para los brazos.
Ella no vio como mis puños se crispaban, ni tampoco creo que llegara a notar la tensión que subyacía en mis músculos.
Aproveche para golpearla cuando levanto el mecanismo para que me colocase en posición.
Lo hice sobre su nuca; un golpe fuerte, con las manos apretadas, con toda la fuerza que pude reunir.
Cayo a plomo.
La observe tirada en el suelo.
Yo respiraba agitadamente, con resuello, como si hubiera cargado con una abrumadora carga de toneladas de peso.
Constate que no estaba muerta, tan solo desvanecida.
La desnude apresuradamente, y sobre su boca semiabierta, coloque una mordaza especial, una especie de bozal que me obligaba a llevar cuando yo simulaba ser su perro.
Cargue sus sesenta kilos en mis hombros y la coloque sobre el diván. Tome una de las cuerdas y la ate, con la pericia que da la experiencia en tales manejos.
En cada uno de sus pezones la coloque pinzas conectadas a una batería que tenia y con la que ella me administraba dolorosos castigos eléctricos en los testículos.
Mi mente no funcionaba correctamente en esos momentos.
Mi adiestramiento como esclavo me gritaba que lo que hacia estaba mal, muy mal.
Pero eran murmullos sordos, atenuados bajo la tremenda rabia que yo sentía. Tuve que sentarme yo también, a su lado, para tranquilizarme, con el corazón a todo meter. Sin casi darme cuenta, toda mi vida había sufrido un vuelco que no podía en ese momento plantearme siquiera.
Creo que salí de ese estado de confusión, porque note su mirada, taladrándome.
Gire la cabeza, y la vi observándome.
Sus ojos eran acusadores, y no estaban para nada turbios.
Creo que me habría matado si hubiese podido.
Pero no podía.
Me levante del diván, y agarre el enchufe de la batería.
Ella tomó conciencia en ese momento del estado en que se encontraba.
Su reacción al verme accionar el botón que suministraba a través de los cables la electricidad, fue cómica.
Intento moverse, pero la cuerda se lo impedía. De su boca amordazada surgían pequeños chillidos que no podían traducirse en nada inteligible.
Y entonces, la electricidad llegó a sus pezones.
Aquello fue indescriptible.
Y lo digo, por que me equivoque al fijar la intensidad. Yo nunca manejaba ese aparato.
De hecho, ninguno de aquellos aparatos había sido nunca manejado por mí.
Así, que yo solo percibí que algo iba mal, cuando empecé a notar un tufillo a quemado que provenía de ella.
A esas alturas, sus gritos, aun amordazada, eran tremendos.
Desconecte la batería, y me acerque rápidamente a ella.
Hedía.
Pero seguía consciente.
Encendí la lámpara que colgaba del techo, y en ese momento vi, realmente, el estado en que había quedado su cuerpo.
Sus pezones habían desaparecido. O casi.
Sus aureolas estaban negruzcas y dos hilos de sangre pardusca corrían desde dos orificios quemados y malolientes.
Me entro unas ganas terribles de vomitar.
Me falto poco, pero conseguí llegar al cuarto de baño.
Tras vaciarme, procure calmarme, decirme a mí mismo que todo había sido un accidente.
Pero no podía. Aun desde allí, la oía gemir. Sentía su dolor persiguiéndome.
Fue en ese momento que decidí matarla.
Lo otro había sido un arranque.
En ningún otro momento, yo había pensado en un crimen. Pero después de lo sucedido, era la única manera que creía tener para que la policía no cayese sobre mí.
Fui al salón, pasando delante de la habitación, de esa habitación de la que ya empezaba a escapar el hedor a quemado, a sufrimiento.
Me pare en seco.
La cerré de un golpe.
Cuando llegue, me bebí de un trago el combinado, que tan amorosamente le había preparado.
Bajo por mi boca como si fuese agua de un manantial helado.
Pasé a la cocina, y de un estante, cogí un ambientador con el que me dedique a borrar de la vivienda el olor a quemado.
La fragancia de rosas, consiguió que mi corazón se aligerase y mi cuerpo se calmara.
Pero los murmullos continuaban.
Los gemidos.
Quizás estaban en mi mente. O bien la locura se estaba apoderando de mí.
Me senté, y me plantee a mí mismo como lo haría.
Disculpe mi actitud con toda serie de argumentos. Tranquilice mi conciencia diciéndome que no había otra salida.
Podía entregarme pero eso no cambiaría nada. Y lo que más miedo me daba era su venganza.
Así que si hice lo que hice, no fue pasional, sino motivado por una clara motivación.
Mi vida.
Lleno de resolución, decidido a acabar con la situación, me dirigí a la habitación y la abrí.
Estaba en el suelo, y de alguna manera reptaba con su cuerpo dirigiéndose hasta la puerta.
La atrape en el medio, y con alguna dificultad, pues se resistía violentamente, aun a pesar de la cuerda, la incorpore y la lleve de vuelta al diván.
Cogiéndola por los hombros, y alejando mi cara de sus pechos mutilados, le comunique lo que pensaba hacer.
Ella me miró incrédula, sin creer realmente, olvidando por un momento su dolor, hasta el punto de no exhalar ningún sonido.
La solté suavemente, y andando hacia atrás me encamine a la pared izquierda. Allí teníamos unas cuerdas rígidas que servirían perfectamente para lo que yo quería hacer.
Caro emitió unos sonidos que ahora si identifique.
No, nonononononononononononnonoononononnonono...
Eran casi sollozos ahogados.
Casi pudo con mi resolución.
Me volví a ella, agarrando fuertemente la maroma. Mis ojos se llenaron de acuosidad y me vi a mí mismo llorando como un niño asustado.
No recuerdo bien como rodee su cuello con la cuerda. Sé que hice fuerza y apreté y al mismo tiempo no deje de mirarla.
La mate, y vi como moría hasta el final.
Sus ojos se desorbitaron y su tez se puso morada
No tardo demasiado en ahogarse. Pataleo frenéticamente durante casi medio minuto, y luego se asfixio con su lengua.
Un chorro maloliente de orina cayo entre sus piernas como una ultima protesta, muda, final.
Me dolían tanto los músculos de los brazos, que soltar la cuerda me supuso una liberación.
Me tendí sobre el duro suelo de la habitación y di rienda suelta a mi dolor.
Llore sin tregua durante varios minutos, que se me antojaron horas.
Cuando cesó el llanto, me levante, la cogí entre mis brazos y la lleve a la bañera.
Deposite su cuerpo allí y lo cubrí con varias toallas grandes.
Senté mi maltrecho físico sobre la taza del water, y me debí quedar dormido, porque cuando desperté casi estaba amaneciendo.
Llame al trabajo, y lo cogió Antonio.
Colgué.
Me di cuenta en ese momento de la enormidad de lo que había hecho.
Había pensado en pretextar una enfermedad, pero la presencia al teléfono de Antonio me hizo recordar que nada podía salvarme mejor que mantener la rutina.
Debía conservar la sangre fría.
Así que me vestí. Me afeite y me lave en la cocina.
No soportaba la idea de entrar en el baño.
Abrí las ventanas y me apunte mentalmente que cuando volviese del trabajo debía de pasar por el supermercado a hacer ciertas compras.
Y me fui a trabajar.

¿Cómo me deshice del cadáver?

Lo despedace.
Fue un trabajo arduo. Vomite varias veces, hasta que el mismo acto se convirtió en una inagotable serie de toses y arcadas vacías de contenido.
Me traje del comercio bolsas de basura de precinto de seguridad. Unas tijeras de podar y muchos paños de cocina. Tres delantales y amoniaco y lejía.
Creí morir varias veces a lo largo de aquella tarde.
Fue horrible.
Sin paliativo alguno.
Hicieron falta siete bolsas para repartirme las distintas secciones de su cuerpo. Y otras tantas para recubrir las primeras.
Después, trabaje de firme en la casa.
Limpie el cuarto de baño, la cocina, todos y cada uno de los vasos.
El hedor de la matanza costaba tiempo de eliminar.
Pase la fregona hasta cuatro veces, cambiando el agua cada vez por la habitación prohibida.
Y con la limpieza, podía olvidar, ilusoriamente, que aquello había sucedido allí, en mi casa.
Amontone las bolsas en la puerta de entrada.
Decidí que la mejor hora para llevar estas al automóvil, seria bien entrada la noche.
Mi idea era sencilla. En la periferia de la ciudad, un inmenso vertedero municipal seria el lugar de descanso de Carolina.
No creo que ella pensara alguna vez que terminaría siendo pasto de las ratas.
Esa idea me hizo reír, histéricamente, y luego llorar.
Así, que esa noche, después de varios viajes para bajar las bolsas e instalarlas en mi coche, me dirigí al vertedero.
Nadie me vio irme.
Nadie vio como arrojaba las bolsas desde un puente a lo alto de un montículo de basuras.
Y si alguien me vio, no dio aviso a la policía.
Volví a casa, me tome varios gin-tonic y me metí en la cama.
No recuerdo haber tenido pesadillas.

¿Por qué voy a suicidarme?

Antonio me ha puesto encima a la policía.
Esta mañana, lo he confirmado. He visto en sus ojos como su sospecha, ha ido creciendo gradualmente.
Yo contaba con una carta a mi favor; Caro y yo nos habíamos ido el año pasado juntos a Mallorca cinco días.
Ella me explico que le había dicho a su esposo que se iba por unos días y que ya tendría noticias suyas.
Caro, siempre reía cuando me contaba como su marido aceptaba estas salidas de tono de su mujer, sin decir nada, por temor a perderla, argüía.
El que yo no fuera a trabajar durante ese tiempo, pretextando una perdida familiar creo que le hizo convencerse de que entre su esposa y yo había algo mas que simple cotidianeidad.
Pero quizás, yo le había subestimado.
Hace dos días vi a un hombre que parecía vigilar discretamente mi casa.
Creo que ya le he visto anteriormente.
¿Estaría ese hombre detrás de su mujer cuando vino a verme aquella noche?
La idea me daba escalofríos.
Tuve esa constatación esta mañana.
Antonio vino a mi despacho.
Entro con fuerza, respirando agitadamente.
Es un hombre ya mayor, de cincuenta y cinco años, pero aun conserva una buena forma física.
Cerro la puerta con suavidad, y se sentó delante de mi mesa.
Yo intente sonreírle, pero mi boca se negaba a insinuar siquiera un leve movimiento.
¿Dónde esta Carolina, Luis?
No pude soltar palabra.
Dímelo, Luis, me dijo. Sé que tú la viste por ultima vez hace diez días.
No sabia que decirle. Intente salivar, pero fue en vano.
Ella ya se ha ausentado otras veces, contigo, y sin ti, me dice, pero ahora es diferente.
Se levanto y por un momento pensé que se abalanzaría sobre mí.
Me observo por un momento, sin que yo pudiera apartar mi mirada de la suya, y después se volvió y se dirigió al ventanal.
La hice seguir, Luís, me dice, siempre ha habido detectives detrás de ella. Para protegerla.
Giro su cabeza hacia mí, sus ojos clavados en los míos.
Entro en tu casa, pero nadie la vio salir. Así que, dime, donde esta, ¿DONDE ESTA? Me grito.
Pude oír como desde la otra habitación los ruidos remitían. Casi pude sentir a los cuervos afinar sus oídos.
No lo sé, le dije, e intente ser lo más inexpresivo posible. Estuvo en mi casa, eso ya lo sabes, y después se fue.
¡ESO ES MENTIRA¡ ¡maldito embustero¡, vocifero.
Yo quería que se me tragase la tierra.
Él controló su furia, a duras penas.
Escucha, me dice, si es dinero lo que quieres, yo te lo daré.
Intente protestar, negarme a lo que me decía, pero él, cogiéndome de las solapas de la chaqueta, siguió hablando.
Lleva tiempo diciendo que me abandonara, diciendo que ahora tiene a varios hombres comiendo de su mano. ¿Tú la ayudaste, verdad? ¿La sacaste de tu casa por la galería que da al jardín?
Siguió farfullando, interrogando, con su mirada prendida de la mía, una mirada dolorida, perdida, rota por el miedo.
Al fin, me soltó, me dejo caer en la silla anatómica.
Bah, eres una mierda, me dice.
No quiero que sigas en mi empresa un minuto más. Estas despedido.
Se dirigió a la puerta y al agarrar el pomo, sin volverse, me dijo; He llamado a la policía. Les he dado tu nombre y mis sospechas. Mi detective también hablara con ellos.
Yo era una estatua de sal.
Ruega por que ella aparezca, Luís, me dice.
Y abre la puerta(y entreveo brevemente a varios compañeros, como hurones ante la madriguera de un conejo) y la vuelve a cerrar.
Solo el silencio me acompaña ahora en mi despacho.
Recojo mis cosas como un robot, salgo por la puerta, y bajando la mirada evito a todos aquellos que se paran en el trabajo y me miran con fijación.
Salir de allí es como una liberación, pero soy consciente de que la policía va a venir a verme.
Soy débil psicológicamente.
Sé que hablare.
Y así tomo mi ultima decisión.
Llego a casa, subo en el ascensor, después de saludar a mi portero, el cual me mira extrañado por lo temprano de mi llegada.
Preparo en el mueble bar un combinado y me lo sirvo bien frío.
De un armario que tengo en mi dormitorio, extraigo una caja en la que tengo guardada una pistola que me compre en Barcelona, hace siete años.
Nunca la he usado.
La compre por seguridad personal.
Es completamente legal y tengo los papeles que lo demuestran.
Le pongo toda la munición, por si acaso, y consultando el folleto de instrucciones.
No sé de cuanto tiempo dispongo, pero creo que me sobrara.
Ato una cuerda a mi pie izquierdo y la paso por la ranura del gatillo.
Coloco la pistola de manera que la culata quede apoyada entre mis rodillas, firmes como rocas y el otro extremo de la cuerda lo coloco, con un buen nudo, en una de las patas de la mesa.
Doy unos sorbos a mi bebida, y después, cuidadosamente, levanto el seguro de la pistola.
Pongo mi boca para que coincida con el cañón y me preparo.
Quizás, lo único que lamento, es que ahora nadie borrara las manchas de sangre que quedaran en mi piso.
He dejado estas notas en la encimera de la cocina.
Espero que quien las lea, no vea en mi a un asesino psicópata, sino a un hombre atormentado, que hizo algo que nunca antes había hecho.


ENCONTRADO EL CUERPO DESPEDAZADO DE UNA MUJER EN EL VERTEDERO MUNICIPAL.se cree que este cuerpo podría pertenecer a la mujer de A.L.S. conocido empresario de esta ciudad, y que fue dada por desaparecida por su marido. Inf Agencia Efe.
LA POLICÍA ENCUENTRA EN SU DOMICILIO MUERTO AL PRINCIPAL SOSPECHOSO DE LA MUTILACION Y MUERTE DE C.F.W. Según informa la jefatura de policía, el sospechoso se dio muerte con un arma de fuego. La policía también informo que el sospechoso dejo una carta en la que reconocía el asesinato de C.F.W. Inf Agencia Efe.

Fin

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