miércoles, 20 de mayo de 2009

El Castigo Capítulo 3 (Me reencuentro conmigo misma)

Vuelvo a cerrar fuertemente mis ojos mientras me conducen tirando de la cadena que pende del collar que ciñe mi cuello. Por detrás de mí y a mis costados resuenan los pasos de los tacones de las tres esclavas que siguen ejecutando mi sentencia; y delante, más suaves, los oigo los pies descalzos del esclavo que contribuye a ella.
Andaremos en esa comitiva como cerca de un minuto; es evidente que el paso, cadencioso y solemne, contribuye a la lentitud de la marcha, pero también que nos desplazamos de una parte del salón hasta la otra. Yo procuro caminar llevando erguida mi cabeza y moviendo mis caderas para imitar aún mejor el paso de los canes.
La falta de tensión de la cadena me indica que irónico se ha parado; le imito supongo que hemos alcanzado ya el punto dispuesto para seguir con mi expiación. Suena detrás de mí la voz de lucy que me dice:
- Levanta de tu posición natural, perra; cuando lo hagas puedes abrir tus ojos.
Me levanto despacio, poniéndome primero sobre mis rodillas y levantándome después sobre la altura de mis zapatos de tacón. La verdad es que me siento cansada. Abro los ojos y me encuentro frente a una cruz de San Andrés.
A mí alrededor se desarrolla una actividad intensa pero silenciosa; simpatic se encuentra encendiendo velas, mientras que lucy agita unos látigos trenzados al aire y gracejo ordena una serie de diversos tipos de pinzas. Con firmeza pero sin brusquedad, irónico me lleva delante de la cruz.
Allí Me hace ponerme de cara a ella y aprisiona mis muñecas y mis tobillos contra ella; tanto las muñequeras como las tobilleras son de grueso cuero y no me permiten despegarme apenas de la posición en la que me han colocado. La cadena es desprendida del collar y es sujetado a una argolla en la pared que hace que tenga que mantener la cabeza erguida.
La tralla de los látigos resuena a mis espaldas y pienso “¿más azotes?” ... pero mi boca no expresa, para nada, ninguna protesta. Sin embargo, es una mano la que recoge mi pelo y lo elimina atándolo en una coleta alta. Simultáneamente se coloca sobre mi cabeza un aparato masajeador del cuero cabelludo y oigo a simpatic decir:
- A ver si mantiene esa impavidez esta niña con una buena ración de cera y azotes mientras desde su cabeza descienden las oleadas de placer.
Su voz me parece malévola; casi, casi ... antinatural. Me doy cuenta, rápidamente, que no es así sino que es la única que mantiene todo su papel como una buena esclava siendo en este momento nada más y nada menos que la extensión de la voluntad de su Amo.
La derrota moral de mis otros tres torturadores me eleva el ánimo; sin embargo, dura poco mi euforia pues parece que las palabras de simpatic les han hecho reaccionar y oigo que irónico contesta:
- Sí ya va siendo hora de que demuestre que no es más que nadie esta niña. Se debe creer muy buena y muy exclusiva.
- Lo que debemos conseguir es doblegar su orgullo – oigo decir a gracejo.
- No te preocupes – comenta lucy– con media docena de latigazos bien dados en su espalda aprenderá esta zorrita.
- Espera un poco y déjame a mí que va a notar como la cera se derrama por su espalda y nalgas que sienta como el calor la recorre y que no puede huir de él.
- Así mejor. Veremos cuanta cera consigo que salte desde su piel con mis latigazos.
Es evidente que se han rehecho y quizá con un poco más de rabia por haber salido derrotados en el primer envite. Espero, procurando no estar tensa, cuando un reguero de cera caliente se derrama por mi glúteo derecho; no está abrasando pero sí lo suficientemente caliente como para notarlo de forma clara como recorre mi cuerpo.
A continuación, otro río de cera desciende por mi espalda; baja de mi omóplato izquierdo hasta mis caderas; muerdo mis labios para que no salga de ellos ni un gemido. Ha sido derramado a conciencia, buscando hacer que suplique o, por lo menos, que gima de dolor. En este caso, la cera sí estaba realmente caliente haciendo que mi espalda se haya estremecido. Interiormente doy las gracias al poco espacio que tengo respecto de la cruz el que permite que mi movimiento haya sido el mínimo.
Sin embargo, eso es lo que ha debido parecerme a mí, o bien mis torturadores están muy atentos a mis gestos, porque a mi espalda resuenan claramente las voces y las risitas. Las voces dicen:
- Mirad, se retuerce. No es capaz de aguantar ni siquiera un mínimo de movimiento, jajajaja.
- Es que la gustará la playa pero no aguanta el calorcito, jajajaja
- Bueno luego ya pensaremos como refrescarla, jajajajaja
- ¿Creéis que lograría hacerla bailar al ritmo de la danza del vientre?
- Yo estoy seguro de ello, jajajaja.
Mientras ellos hablan yo espero; espero a que continúen con lo que están llevando a cabo. Mi dolor y mi pena son fuertes, mucho; pues me consideraba más capaz de soportarlo y a las primeras de cambio me han puesto en evidencia. Además, la espera mientras hablan se me hace eterna.
Mi instinto me hace intentar volver la cabeza para mirarlos y, por lo menos, consolarme o ver en sus rostros lo que realmente sienten. Sin embargo, casi según inicio el movimiento, oigo la voz de gracejo que me dice de forma brusca y cortante:
- Ni se te ocurra volverte, putita. No te hemos concedido el derecho de mirar a nuestras caras pues no te lo has ganado.
La voz sí que ha sonado con rabia y despecho; recuerdo que ella actúa en nombre de mi Amo y, por lo tanto, será la que se siente más mortificada por la situación que se creó al descender del potro.
Inesperadamente, un nuevo torrente de cera recorre la nalga impoluta y el resto de mi espalda. Aunque intento contenerme no puedo y un quejido casi inaudible, a mi entender, se escapa de entre mis labios. No lo esperaba y ha sido fuerte, rápido y caliente, muy caliente.
Casi sin darme tiempo a respirar el látigo restalla y ciñe mis caderas. Siento como la cera se desprende de mi piel y como, en las zonas en las que cayó la misma, el látigo produce un escozor casi incomprensible para mí, que lacera mi cuerpo y mi alma haciendo que me retuerza como sometida al tormento de las 1.000 agujas.
Uno, dos, tres... y así hasta una docena de latigazos recorren mi espalda y nalgas. La cera salta a su ritmo y el escozor recorre de forma perpendicular a ellos Mi cuerpo al saltar la cera que lo protege.
Siento dolor, mucho y muy fuerte y las lágrimas se agolpan en mis ojos mientras me muerdo los labios para que ni un quejido más salga de ellos. En ese momento una mano recorre mi espalda y nalgas desprendiendo los restos de cera de forma suave pero concienzuda y eficaz.
Representa un alivio para mí sentirla así. Sin embargo, inmediatamente vuelve la mortificación. Se oye a mis torturadores que dicen como si lo admiraran lo bonita que ha quedado mi espalda y nalgas con esos verdugones mezclados con el rojo de la quemadura leve que la cera ha depositado en mi piel.
Sin darme tiempo para respirar noto como una crema fría se derrama en mi ojete y en el interior de mi ano. Sí van a volverme a violar mi agujero trasero y lo están haciendo a conciencia.
Noto que algo duro busca el interior de mi cuerpo y me penetra; en esta penetración me parte en dos mitades. Un cuerpo de mujer golpea con mi espalda haciéndome daño y llevando a mi conciencia que me está violando el culo, probablemente con un arnés.
No me atrevo a volver la mirada, no quiero recaer en la sensación que he tenido cuando me he llevado la reprimenda de gracejo; siento un dolor intenso nada agradable que recorre mi esfínter y sube por mis intestinos mientras me violan sin compasión. No sé quien lo hace; solo sé que la mujer que está torturando mi cuerpo por su espalda empieza a gozar por sus pequeños suspiros de placer; por la forma como se menea contra mi cuerpo torturado, incrementando mi dolor al recorrer mis verdugones con sus uñas.
Pasan ya unos cuantos minutos (demasiados a mi entender) cuando, de repente, se pone tensa y clava sus uñas en mis hombros. La oigo gemir de placer y de sus labios sale un profundo suspiro que corresponde al momento de la corrida de la que está disfrutando. Yo no he disfrutado en absoluto; estoy recibiendo un castigo y así lo siento. Es más sus uñas se han clavado fuertemente en mis hombros haciéndome unas leves heridas.
- Bien, putita – escucho la voz de lucy detrás de mí – te vamos a soltar y luego refrescaremos un poquillo tu cuerpo no vaya a ser que te nos caigas desmayada aquí mismo.
- Sí será lo mejor – asiente irónico – si no, no vamos a poder seguir con el castigo, y tendremos que ocuparnos de ella hasta el día del Juicio Final.
- Mejor sería que primero se ocupe de simpatic, ¿no lo creéis?. ¿No debería atenderla por el placer que la ha dado? – pregunta gracejo, confirmando quien es la que me ha partido en dos - Al fin y al cabo una zorrita como ésta seguro que está acostumbrada a que la partan el culo.
- No, no lo creo gracejo. Es más te diré que creo que hemos conseguido que ni siquiera goce de ello – la responde lucy.
Me humillan, lo hacen profundamente y a conciencia; saben lo que se hacen y como castigar mi mente y mi alma además de mi cuerpo. Por otro lado, tienen razón si mi cuerpo no se refresca no seré capaz de lavar o ayudar a nadie; mucho menos de resistir ni un minuto más la tortura a la que me están sometiendo.
- Tienes razón, mejor la lavamos mientras nuestra amiga simpatic se repone – asevera irónico.- luego..... luego ya nos ocuparemos de que siga siendo incapaz de gozar por más tiempo; jajajajaja
Estoy segura de que la parte delantera de mi cuerpo sufrirá tanto o más que la trasera, cuando ellos lo decidan, y no me considero capaz de afrontarlo en estos momentos. Si ahora me dieran la vuelta en la cruz lo único que tendrían en las manos sería un vegetal que no se da cuenta de lo que puede sufrir y padecer.
Me desatan de la cruz y, con un esfuerzo importante, consigo mantenerme en pie. Creo que me van a volver a ordenar ponerme a 4 patas pero no. Los tres que se encuentran en condiciones se colocan a mi espalda y me ordenan caminar hacia un lienzo de pared alicatado en mármol en el que se encuentran unas argollas y unos grilletes para sujetar a los esclavos a la pared.
Al colocarme en la posición indicada, observo que simpatic está sentada en un sillón cómodo picoteando unas frutas y un yogurt, aparentemente descansando pues parece exhausta.
- Anda a paso lento de exhibición – me ordena gracejo con su voz profunda- marca tus pasos y muéstrate sugerente, perrita. lucy tiene aún su látigo en la mano y puede enseñarte rápido lo que no se considera sugerente.
- ¿Vosotras creéis que sabrá lo que es paso de exhibición? – la voz de irónico suena burlona, acechando mi debilidad para ver si puede conseguir que me rompa.
- No lo sé pero, si no lo sabe, yo la voy a enseñar ahora mismo a latigazos.
“Claro que sé lo que es el paso de exhibición” estoy por contestar abruptamente. En mi interior bulle el impulso de pagarles sus palabras con una mala contestación y que se enteren de que yo también he vivido (y vivo) la vida de sumisa y esclava y he sido exhibida en reuniones públicas delante de muchas personas. Con un gran esfuerzo me contengo al darme cuenta de que es lo que desean; que les dé un motivo para castigarme fuerte y dolorosamente con el fin de quebrarme ahí y que tenga que reconocer que no soy digna de mi Dueño.
No sé si lo seré; pero lo que sí sé que no me voy a entregar a la primera, ni voy a caer en las burdas trampas que ellos me tienden. Yergo mi cabeza y miro al frente entrecerrando mis ojos; mi mirada se posa en el punto que es mi objetivo al que he de llegar lenta y majestuosamente; dando la impresión de que me deslizo sobre el suelo y sin hacer apenas ruido, a pesar de mis tacones de aguja.
Inicio el avance y, a pesar de mis piernas temblorosas, consigo que mis tacones no repiqueteen contra el suelo de gres. En cada paso, la pierna que avanza sobrepasa a la que se queda atrás y se cruza con ella; haciendo que los pasos que dé sean cortos y lentos, a la par que majestuosos.
Desde el exterior debemos formar una extraña comitiva los cuatro. Yo desnuda con la cabeza erguida, el collar de perra y las sandalias de tacón alto; gracejo a mi izquierda, calzada con botas de alto tacón y adornado su cuerpo con un corsé y un tanga de cuero, a la par que su cuello se haya ceñido con un collar similar al mío; por el otro lado, avanza irónico descalzo con su arnés de cuero en el pecho, su boxer del mismo material ciñéndole los cojones y su collar ancho de casi 3 cm rodeándole el cuello con la argolla erguida y desafiante hacia el frente; por último, detrás de mí avanza lucy, por lo que he vislumbrado con un corsé tipo el de las bailarinas de can-can, tanga negro de encaje, medias de rejilla sujetas con un liguero y zapatos a juego; empuñando el látigo largo mientras cuelga en su cuello un collar triangular grabado con el símbolo de su Dueño que hace que se la vea espléndida.
Según llegamos frente al lienzo de mármol voy advirtiendo las singularidades del lugar al que nos dirigimos. Está preparado como un lugar para el aseo de los esclavos ahí delante de todos, acentuándola situación de humillación y entrega de los mismos. Los datos distintivos son la manguera acabada en una boca de riego que cuelga al lado del mármol y un desagüe en el suelo, en el centro de los grilletes.
- Desnúdate completamente, perrita – Ante la orden dada por la grave voz de gracejo, me agacho rápidamente y desato las sandalias de mis pies; a continuación me desprendo del collar que ciñe mi cuello.
Es evidente que desnudarse completamente significa exactamente eso; es decir, deshacerse de todo lo que se lleva encima del cuerpo. Es fácil quitar los anillos y los pendientes que llevo puestos; lo que me niego es a desprenderme de mi pulsera de plata, mi collar permanente grabado con mi nombre y el símbolo y nombre de mi Dueño y Señor.
Al llegar a este punto, cuando no hay nada más sobre mi cuerpo, levanto mi mirada suplicante hacia mis tres torturadores. Este no es un punto de mantener la dignidad, esta pulsera representa lo que realmente soy, mi vida y mis anhelos.
Lentamente me dejo deslizar hasta el suelo quedando de rodillas y levanto mis manos con el collar mientras mi voz, suplicante, susurra:
- Por favor,….
No obtengo respuesta con lo que con los ojos anegados de lágrimas empiezo a buscar el cierre de la pulsera mientras un sollozo sale de lo más profundo de mi pecho.
- Dejádsela puesta – ordena la voz autoritaria de mi Bien. Mi Dueño y Señor ha hablado en el momento justo; mi corazón se eleva, solo ha sido una prueba más. Sigo siendo Suya, le sigo perteneciendo a Él, no me encuentro desamparada totalmente en esta prueba.
- Déjala en su sitio, esclava – reitera la voz de gracejo, mientras me parece que una sonrisa de complicidad aflora en sus labios aunque rápidamente es sustituida por el gesto adusto que la coronaba antes. – Ponte en pie o ¿es que no tienes nada de dignidad?
En mis labios vuelve a pugnar por salir la respuesta cortante y abrupta. La cortan dos cosas; la provocación que lleva implícita y la sonrisa que he llegado a vislumbrar. Entiendo que a pesar de permanecer en su papel me comprende y me apoya más de lo que dejan entrever sus acciones.
Además, estoy feliz; el hecho de que mi Amo me siga considerando Suya me aporta las fuerzas necesarias y apuntala mi resolución de llegar hasta el fin del castigo con la mayor dignidad posible; entregada pero no rota.
lucy me empuja por mi hombro haciendo que me vuelva de espaldas a ella. A empellones, entre los tres, me hacen recorrer el espacio que me distancia de la pared. Allí atan mis manos y mis pies a la misma dejándome colgada de los mismos.
Inmediatamente noto como un chorro de agua fresca pero dispersa empieza a recorrer los músculos de mis piernas, espalda y brazos, refrescándome con intensidad. Pero, casi al instante, empieza también a recorrer las heridas que ha producido el látigo lavándolas al mismo tiempo que me tortura.
El dolor es casi insoportable y más cuando, en el instante de dejar de derramar agua sobre mi cuerpo, noto como una esponja untada en algún compuesto cicatrizante las recorre produciendo una sensación conjunta de alivio y escozor que resulta dolorosamente presente en mi cuerpo y en mi mente.
En el momento que pasan de mi culo a mi espalda con la esponja, una uña de mujer afilada empieza a recorrer las heridas, morados y verdugones del primero. El dolor resulta intenso y punzante, tanto por lo inesperado como por su profundidad.
Sin poderlo evitar de mis labios surge una queja grave y dolorosa ante esta tortura y las lágrimas de dolor se agolpan en mis ojos, representa una muestra de mi debilidad que no desaprovechan. Inciden en el daño que me están causando clavando sus dedos con mayor ansia; las oleadas de dolor que recorren mi cuerpo me hacen retorcerme en los grilletes intentando desasirme de ellos y revolcarme por el suelo en mi dolor y sufrimiento.
Aparentemente estoy vencida pero mi mente llama en auxilio de mi cuerpo a las sensaciones recogidas con el mantenimiento de mi collar en mi muñeca. Inesperadamente, me rehago en el momento y, rechinando mis dientes, me mantengo firme. Mi culo me arde y mi espalda lleva el mismo camino pero yo respondo a ello sintiendo el castigo mientras empiezo a notar el alivio de la cicatrización y del refrescado de mi cuerpo.
Estoy entera, casi consiguen romperme pero en este momento soy yo la que mantiene la posición y acepta la tortura que me he ganado.
Creo que mi posición les ha hecho retroceder cuando noto que una cánula penetra mi ano llegando a mi esfínter y, repentinamente, empieza a llenar mis intestinos de agua. Están inyectando agua a presión en ellos y me van a hacer derramarla, seguro, delante de todos para acentuar mi humillación y el hecho de que, frente a los reunidos, no soy nada; nada más que una esclava.
El agua para de entrar en mi vientre y la cánula empieza a salir de mi cuerpo cuando oigo la voz de irónico que me dice secamente:
- Que no se derrame ni una gota hasta que te lo permitamos, ¿me has entendido, esclava?
- Sí, señor – respondo inclinando mi voluntad a la suya.
El vientre me duele terriblemente y las ganas de cagar, de vomitar la carga que han introducido en mi cuerpo, se desbordan en mi interior. Sin embargo, y sacando fuerzas no se sabe de donde, resisto esas ganas. Mis manos y mis pies son desatados de la pared y soy conducida hasta encima del desagüe que se sitúa frente a la pared.
- Abre esas piernas de cerdita todo lo que puedas, perra. – me indican con contundencia.
Lo hago y, al hacerlo, las ganas de derramar mi carga se incrementan exponencialmente. Casi sin pensarlo comprimo los músculos del anillo anal para evitarlo pero me siento incapaz de contenerme más tiempo. Levanto mi cabeza con una mirada suplicante dirigida a mis torturadores y, sin palabras, me entiendo con ellos especialmente con gracejo la cual me indica:
- Derrama tu carga, guarra y ten cuidado de cómo lo haces pues lo que salga fuera del sitio lo tendrás que limpiar de forma aplicada.
Otra humillación añadida pero la necesidad de soltar mi vientre es mayor que la de mantener mi forma; allí mismo suelto los músculos anales y toda la carga (con las heces que quedan a pesar del enema inicial) va a parar al suelo en el entorno del desagüe.
Siento que me invade una laxitud impresionante y, antes casi de darme cuenta, los músculos de la vejiga también se relajaron y, después de vaciar mis intestinos, me doy cuenta que, para mi vergüenza intensa, estoy meándome ahí mismo; sin ningún tipo de apoyo o de carácter reservado; humillada y vencida.
Me siento humillada; y más al oír las risas de mis torturadores. Se ríen de mí, de mi incapacidad para mantenerme firme y ello me hace sentirme sucia. Más al oír lo que hablan:
- Creo que se ha meado encima la perrita esta.
- Sí así parece; yo creo que habría que limpiarla
- Desde luego que sí
Y sin darme tiempo a pensarlo un chorro de agua helada y a presión cae sobre mi pobre coño haciendo que sienta un dolor intenso por ello. Sin dejarme dominar por el mismo, yergo la cabeza y me mantengo con los pies bien pegados al suelo.
El chorro recorre la parte delantera de mi cuerpo incidiendo especialmente en mis tetas y en los muslos pero evitando de forma cuidadosa la zona del vientre y del estómago.
Se corta inesperadamente y me tiran una toalla grande para que me seque. Mis dientes castañean mientras me froto para intentar secarme y entrar en calor.
- No tardes en secarte, que tenemos que seguir contigo.
- Lo primero deberás refrescar bien refrescada a simpatic que ha hecho mucho porque “disfrutes”.
- Venga finaliza ya que no eres una señorona que tiene todo el día para hacerlo.
Dejo caer la toalla con la que me he secado y me tiran el collar y las sandalias para que me las ponga. Lo hago con prontitud; lucy me acerca una jofaina y un paño húmedo y me indica con la cabeza a simpatic.
Voy a levantarme cuando la risa profunda e irónica de irónico me detiene.
- Jajaja se debe creer que es una señorita para ir como ellas y es menos que la menor de las sirvientas.
Le entiendo inmediatamente y me mantengo de rodillas mientras me voy acercando en esta postura hasta mi destino.

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