domingo, 24 de mayo de 2009

“La entrega” por altivia

… Nos conoceremos como ya te he dicho. Será divertido ver cómo me buscas entre la gente, aunque claro, ¡siempre puedes agudizar tu olfato para saber quién soy! – dijo en tono jocoso mientras le colgaba el teléfono.

Se miró al espejo antes de salir de casa. Su espalda quedaba al aire, delimitada por ese vestido de tirantes negros que había elegido para la primera cita. Medias negras y zapatos de tacón. Una apuesta segura. Su larga melena estaba recogida por un lazo rosa. Odiaba ese color y durante unos segundos pensó en tirar de uno de los extremos del lazo y quitárselo, pero formaba parte de un castigo que él la había impuesto por su cabezonería. Sabía que eso la humillaría.

Cuanto más se acercaba al lugar de la cita, más excitada y nerviosa se encontraba. La elección, había sido un restaurante, ya que cenarían juntos esa noche.
Llegó a la puerta del mismo y se quedó paralizada durante unos segundos. Pensó en el ridículo que haría si se equivocaba de persona. Tal vez la tachasen por loca. Sintió como sus piernas temblaban pero era demasiado orgullosa, para dejar que eso se notase. Sabía que Él la estaría observando. Con paso ligero, dirigió su caminar hacia la barra del bar y desde allí comenzó a fijarse en cada una de las personas. La única imagen que tenía de Él, era la pequeña foto en la ventana de su Messenger. Un juego que Él había llevado a cabo, a pesar de que la había visto en foto o por cámara, cientos de veces.
Sintió como el nerviosismo se iba convirtiendo en una mayor excitación.
Observó a cada una de las personas del bar y por un segundo dudó entre alguien que la miraba. No, no era Él.
Al fondo pudo ver la figura de un hombre de espaldas. Él le aseguró que estaría en el bar esperándola, aunque sabía, que no se lo pondría fácil. Se acercó a aquel hombre de espaldas. Tal vez meses de conversaciones hacían que su olfato de perra pudiese distinguirle. Se acercó a su oído y le susurró un: guau, guau.
La figura permaneció inmóvil. Pensó en su equivocación y lo que pensaría aquel extraño, incluso que tal vez, desde otro extremo del bar, Él, se estaría riendo de ella. Dudó por un segundo y le pareció un juego cruel.
- Buenas noches, señorita - dijo Él girándose.
La respiración contenida salió de la boca de ella en un gesto de alivio al saber que no se había equivocado.
- Ya pensé que te decidirías por el caballero de la barra, aunque no sé cómo le hubiese sentado que le ladrasen al oído
- Seguramente, hubiese probado a tirarme de los frutos secos que hay en la barra, a ver si los cogía con la boca- dijo ella sonriéndole.
- Hubiese sido interesante ver como te ponías a cuatro patas e intentabas cogerlos … muy interesante-
Se dirigieron hacia el restaurante y se sentaron en una de las mesas.
- Estás preciosa, sobre todo con tu lacito rosa que tanto te gusta. Aunque creo que te falta un complemento que irá a juego con tu atuendo.
Sacó algo del bolsillo y lo depositó encima de la mesa. Ella lo cogió rápidamente intentando ocultarlo en su mano. No quería que nadie pudiese verlas: unas bolas chinas de color rosa.
- Imagino, que ya sabes lo que debes hacer con ellas.
- Sí, mi Señor- dijo de forma enérgica.
Se levantó de la mesa y Él la agarró de la mano...
- ¿Dónde vas? ¿Acaso te he dado permiso para levantarte?
Durante un segundo titubeó...
- Al baño. Pensé que debía ponerme las bolas.
- Claro y así es. Hazlo aquí.
Se sentó de nuevo e intentó taparse con el pequeño mantel que cubría la mesa mientras Él observaba cada una de sus reacciones. Sentía como un halo de vergüenza recorría su cuerpo. Miró a ambos lados del restaurante. Su mesa estaba ubicada hacia una de las esquinas del salón, ligeramente separada del resto. Eso la confería un aire de mayor intimidad. Seguramente, no había sido fruto del azar. Observó a las personas que se encontraban a su alrededor, distraídas y a sus cosas.
Abrió las piernas, separó su tanga hacia un lado... estaba muy mojada. Podía notar la humedad resbalando por sus piernas. Había tenido esa sensación de excitación durante todo el día. Desde el mismo momento que sus pensamientos se iban a Él. Sólo bastaba una orden, un deseo, o incluso un castigo, para que la perra desatase sus instintos y se excitase. Y ahora por fin, estaba delante de Él, sin tener aquella pantalla de ordenador por medio que tantas veces le servía de escudo.
Agarró las bolas chinas, las puso sobre su sexo y presionó ligeramente. Estaba tan mojada que resbalaron y la penetraron sin ningún problema.
El camarero llegó en ese momento y por un instante ella pensó que la habría podido ver. Lejos de molestarla, la resultó hasta divertido.
Pidieron algo de cenar y siguieron conversando. Si algo les caracterizaba, eran sus largas conversaciones en las que Él siempre la llevaba hasta el límite, descubriendo hasta dónde podía llegar.
Ella sintió como la tensión inicial del encuentro, iba desapareciendo y se iba relajando, disfrutando del momento. Incluso la lucha que tantas veces sentía en su interior parecía haber tomado una tregua. En muchas ocasiones, Él le había dado una orden y ella, se rebelaba. Nunca por calibrarle o ponerle a prueba, sino porque sentía cómo algo en su interior luchaba en contra de ser sometida. A pesar de que una parte de ella tuviese ese deseo y anhelo. Muchas personas, hubiesen cuestionado su sumisión. Pero Él, lejos de hacerlo, lo comprendía y disfrutaba.
- Tengo un regalo para ti - dijo Él en los postres.
Le entregó algo envuelto en papel de regalo. Ella le miró, buscando un gesto de aprobación para abrirlo.
- Disfrútalo...
Ella lo abrió quedando al descubierto un collar de perra. Quitó el envoltorio que lo cubría, sin importarle demasiado que alguien pudiese verlo. Tenía una pequeña placa con una inscripción: su nombre. Ella sonrió, había deseado tantas veces sentir el tacto del cuero en su cuello…
- Deseo que lo luzcas en tu cuello. Póntelo para mí - le dijo susurrándola al oído.
Cogió con sus manos el collar y lo llevó hacia su cuello.
Él acercó su mano retirándola el pelo hacia un lado para poder observar como lo hacía. Quizás sus nervios, o el cuero poco dado aún, hacía costoso introducir la hebilla dentro del cuero y él separó sus manos poniéndoselo él mismo. Una vez con él puesto, tiró de una de las anillas del collar y la trajo hacia si.
- Mi preciosa pequeña de ojos negros- dijo sonriendo.
Con un gesto de su mano, llamó al camarero y éste se acercó a la mesa. Él le preguntó por los postres. Mientras el camarero le comentaba sobre los postres que aparecían en la carta, ella sintió como una de las manos de Él abría sus piernas por debajo de la mesa. Fue directa hacia su sexo. Sintió como sus dedos hurgaban en él y eso la excitó aún más. Estaba muy mojada, podía sentir la humedad recorriendo sus piernas, pero tuvo que mantener la compostura para que el camarero no lo notase. Aún así, sentía su mirada y de pronto se dio cuenta del collar. Su collar de perra recién estrenado sobre su cuello desnudo, era demasiado obvio con su vestido de tirantes. Ella lejos de sentirse avergonzada separó su pelo, para que aún se hiciese más visible.
- Tomaré un tiramisú y la señorita, tal vez luego tenga su postre- le dijo al camarero.
Sus dedos seguían acariciando el sexo de ella con mayor intensidad y cuando vio que el camarero se iba, se sintió aliviada. No sabría por cuanto tiempo hubiese podido mantener la compostura sin que en su cara se notase su excitación...
Sentía como Sus dedos acariciaban su clítoris. En algún momento, llegó a sentir como alguno de ellos se introducía en su interior. Se abandonó al regalo que en ese momento su Amo le hacía.
- Mi Señor, ¿me da su permiso para correrme?- le susurró ella.
- Aún no - dijo Él aumentando la intensidad en sus caricias.
Su nivel de excitación era tan alto, que no sabría cuánto tiempo podría mantener el orgasmo. Pero sabía que bajo ningún concepto podría llegar a correrse sin el permiso de su Amo. Su cuerpo comenzó a temblar, sentía cómo los deseos de su Amo, se anteponían a sus ganas de correrse. Le miró, implorándole con su mirada que le diese permiso para hacerlo.
- Córrete ahora perrita. Córrete para mí- le dijo Él.
Sus palabras hicieron como en su cabeza se liberasen todas las tensiones y se entregó al disfrute de aquel orgasmo que sentía ya, como recorría todo su cuerpo. A pesar de que ella siempre bromeaba con ser silenciosa, en ese instante, le costó ahogar en su garganta los gemidos que salían de ella. No la importó estar en aquel restaurante, rodeada de gente, de hecho, hacía tiempo que habían desaparecido de su mente aquellas personas. Estaba con su Señor, entregando no solo su cuerpo, sino su alma.
Sudorosa y entre jadeos, sintió como la mano de su Amo salía de su sexo y se acercaba a su boca. Sacó su lengua y la lamió, como la perra que desea sentir el tacto de su Amo en su piel. Él separó su mano de la boca y la sujetó por la barbilla, levantando su cabeza hacia él.
- Muy bien Mi pequeña, me gustas. Tengo ganas de ti -
Ella sonrió orgullosa de oír las palabras que su Amo le susurraba. Una sonrisa iluminaba su cara, feliz de liberarse de la prisión que durante tanto tiempo había vivido...

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